Groenlandia afronta sus elecciones legislativas con la independencia en el punto de mira
Cuando en 2019, durante su primera legislatura, el presidente estadounidense Donald Trump dijo que quería comprar Groenlandia, en la isla ártica sonó a broma. En los pueblos más tradicionales y más alejados de la capital, los cazadores y pescadores se reían de semejante ocurrencia. Pero esta segunda vez ha sido distinto. El tono de Trump sonó más amenazante y la geopolítica mundial también es otra: hoy las grandes potencias compiten abiertamente por el control de los minerales y el subsuelo groenlandés tiene lo que otros quieren.
Groenlandia sufre desde hace tiempo los efectos del deshielo, que se pueden apreciar en las zonas costeras y más en el oeste que en el este. Este fenómeno, que ya está teniendo consecuencias negativas para la población y el ecosistema, abre, sin embargo, una oportunidad de financiación en un momento en el que los groenlandeses quieren poner en el horizonte su independencia de Dinamarca, su principal soporte económico.
La isla también se encuentra en un momento diferente a 2019. El partido independentista Inuit Ataqatigiit llegó al poder en 2021 tras prometer una política de tolerancia cero a la explotación de las minas de uranio y tierras raras. Fue la respuesta a las protestas sociales contra un proyecto de explotación de una mina de uranio en el sur del país, la mina de Kvanefjeld en Narsaq. “La empresa concesionaria de la explotación era la australiana Energy Transition Minerals”, señala el profesor de la Universidad de Groenlandia y especialista en economía ártica Javier Arnaut, pero el 9% del capital era chino, algo que generó bastante controversia. “Por eso frenar el proceso supuso, geopolíticamente hablando, la vuelta del control a Dinamarca y a Estados Unidos”.
La presencia estadounidense en Groenlandia
La presencia de Estados Unidos en la isla ártica viene de lejos. Durante la Segunda Guerra Mundial, Copenhague firmó un acuerdo con Washington por el que delegó en los americanos su defensa. Dinamarca estaba bajo la invasión nazi y quería evitar a toda costa que estos llegasen a territorio groenlandés. Ole Weaber, director del Centro Danés para la Resolución de Conflictos Internacionales, cree que “lo difícil es saber dónde encaja Groenlandia en este contexto, porque, por un lado, ya no es una colonia de Dinamarca, aunque todavía tiene una relación constitucional con ella, pero en términos de seguridad y militar es básicamente un territorio estadounidense”.
Groenlandia fue colonia danesa desde 1814 y fue oficialmente incorporada al reino de Dinamarca en 1953. Automáticamente sus ciudadanos se convirtieron en daneses con representación en el Folketing (parlamento danés). En 1979 le fue otorgado el estatus de autonomía, aunque Copenhague conservó las competencias en Exteriores y Defensa, y en 2009 consiguió que el groenlandés fuera declarado idioma oficial en lugar del danés. Hoy la gran mayoría de los groenlandeses quiere independizarse, soltar la mano de Dinamarca.
Sin embargo la isla debe enfrentar varios retos: el deshielo (que por otro lado trae oportunidades de explotar el subsuelo), el interés geoestratégico de otras potencias en sus minerales e hidrocarburos y resolver la cuestión de su defensa ante posibles ataques externos. Para ser plenamente independientes, los groenlandeses deben poder financiarse por cuenta propia.
La campaña electoral groenlandesa
Aunque desde mucho antes de que Trump llegara a la Casa Blanca estas elecciones legislativas se veían como un termómetro sobre el proceso de independencia, las últimas declaraciones del presidente estadounidense han acelerado el proceso. A principios de febrero el primer ministro groenlandés sometió a votación en el parlamento el adelanto de los comicios previstos inicialmente el 6 de abril. Se pasaron al 11 de marzo.
Una de las primeras medidas que el gobierno de coalición adoptó fue prohibir donaciones extranjeras a los partidos políticos. Durante estas semanas de campaña los servicios de inteligencia daneses han estado investigando la posible injerencia rusa y las campañas de desinformación al constatar que había perfiles falsos en las redes sociales suplantando la identidad de políticos daneses y groenlandeses.
Lo que piensan los groenlandeses
Ningún groenlandés quiere pertenecer a un país que no sea el suyo propio, todavía sangran las heridas que dejaron las políticas coloniales danesas. Políticas por las que durante décadas se llevaron a cabo programas de asimilación forzosa, por las que se separó a los niños inuit de sus familias y fueron llevados a Copenhague, por las que se les prohibió hablar groenlandés y por las que se colocó un diu a mujeres y niñas inuit sin su conocimiento y sin su consentimiento aprovechando cualquier visita al médico. Pero en la isla saben de sobra que Estados Unidos no ha tratado mucho mejor a sus pueblos originarios, y que lo que le interesa a los americanos es su territorio, pero no ellos, no las personas ni los animales que habitan en él. Y para cualquier groenlandés el respeto al medio ambiente es una cuestión sagrada.
El pensamiento de la calle quedó muy bien reflejado en la respuesta que el primer ministro dijo ante las palabras de Donald Trump: Groenlandia no está en venta, es de los groenlandeses. Una Groenlandia independiente estará abierta a las inversiones de otros países, pero siempre que trabajen respetando el medio ambiente y los derechos de la población inuit.
Arnamineq, una joven inuit licenciada en Economía por la Universidad de Nuuk, cree que “es necesario obtener la independencia” porque son ellos, los inuit, “quienes tienen que reescribir y contar su propia historia”. “Siempre la han contado otras personas de fuera, las que nos han descrito en los libros como salvajes”.
Muchas personas en Nuuk desconfían de los medios extranjeros por esa misma razón, porque creen que contamos las cosas bajo nuestro prisma sin tenerles en cuenta. Se sienten desbordados por la cantidad de periodistas europeos y estadounidenses que hemos desembarcado allí en las últimas semanas. Algunos habitantes hablan fuera de micrófono, otros se oponen a ser grabados o fotografiados, pero reconocen que en la calle se habla de política, de si es mejor una independencia rápida o progresiva, eso es lo que realmente puede decidir el voto.
Estando en una de las calles principales de la ciudad se nos acerca Jenny, una mujer de 38 años que quiere darnos su opinión. Ella se plantea votar por Demokratik porque cree que no hay que tener prisa por independizarse. “Deberíamos plantearnos la independencia en 5 o 10 años, para mí las cosas están bien como son ahora”.
Como a muchos groenlandeses, a ella le preocupan algunos problemas que son especialmente visibles en Nuuk: hay muchas personas con bajos ingresos, algunas viven en la calle, también hay droga, principalmente marihuana y alcoholismo. En la ciudad también funcionan algunos orfanatos donde viven niños cuyos padres han muerto o que han sido tutelados por los servicios sociales porque eran maltratados. En la capital groenlandesa hay un hospital que atiende a enfermos de todo el territorio. Tiene todos los servicios, nada que envidiar a cualquier hospital de Copenhague, pero para Jenny hay un inconveniente, la mayoría de sus trabajadores son daneses y extranjeros.
“Creo la independencia será un desafío para nuestro sistema sanitario. Aquí no tenemos a personal capacitado, es gente que viene de fuera. Por eso creo que las nuevas generaciones deberían optar a la educación superior. Mírame, yo tengo 38 años y no tengo ningún certificado de estudios, es algo propio de mi generación. Por eso tenemos que animar a los jóvenes a que lo hagan, porque si no no estaremos preparados para la independencia”.
Nuuk es una ciudad de cazadores y pescadores, pero la mayor parte de la población trabaja para instituciones dependientes del Gobierno danés. Peter trabaja en la Oficina de Estadística y reconoce que no sabe si quiere independizarse ahora o dentro de unos años. “Hasta el momento no he escuchado a ningún político explicar cómo nos financiaremos cuando seamos independientes”, nos cuenta.
En la cafetería de la universidad de Nuuk los estudiantes debaten sobre lo que es mejor o peor. Muchos de ellos reconocen que hasta hace unos meses no se habían interesado por la política pero que ahora les preocupa. Isak se declara independentista pero cree que es peligroso precipitarse. “No sé a quién votaré porque no me identifico con ningún partido político. Hay que pensarlo muy bien. La gente dice que tenemos que ser independientes y estoy de acuerdo, pero no creo que sea bueno acelerar el proceso. Creo que antes de eso los políticos deben sentarse a diseñar una hoja de ruta hacia la independencia, con sus beneficios y sus riesgos, e informar a la sociedad con transparencia”.
La gente más mayor, quienes sufrieron las políticas colonialistas danesas, tienen más claro su voto y se muestran más partidarios de la desconexión a corto plazo. Algunos son partidarios de hacer negocios con Estados Unidos para atraer las inversiones, creen que es la manera de romper para siempre con Dinamarca, pero insisten en que eso no quiere decir que estén dispuestos a permitir que otro país quiera se haga con el control de su territorio.
“La mayor parte de los groenlandeses quiere la independencia, pero también exigen una hoja de ruta bien definida sobre cómo se financiarán si eso sucede“
Las dos Groenlandias
Un error que cometemos al hablar de Groenlandia es hacerlo desde la óptica de la capital, Nuuk. Para empezar la fisonomía de los pueblos es distinta y dependiendo de las zonas se hablan distintas variantes del groenlandés. En Nuuk hay agua corriente, calefacción, calles asfaltadas, carreteras y coches que recorren la ciudad. La capital tiene un puerto grande, que es la sede de la flota pesquera de Royal Greenland y al que llegan los cruceros turísticos. En Nuuk hay un cine y un centro comercial, un museo nacional y restaurantes. Allí no hay perros de trineo, es muy raro que se avisten osos polares cerca.
En el este, en localidades como Kulusuk o Sermiligaaq la vida es diferente. En Kulusuk sí hay un pequeño aeropuerto, pero allí no hay taxis, para llegar al pueblo tienes que andar tres kilómetros por un camino, que en invierno, está cubierto de nieve y hielo. No hay coches ni carreteras, ni agua corriente. Hay un supermercado que se surte de lo que le traen los barcos daneses varias veces al año, pero sólo puedes pagar con dinero al contado porque no hay cajeros. Los cazadores y pescadores se desplazan a veces en moto de nieve, pero fundamentalmente en trineos de madera tirados por perros groenlandeses, la raza autóctona. En verano se puede navegar por los fiordos, en invierno los cazadores tienen que cruzarlos con los trineos, aunque en los últimos dos años las lluvias de marzo y abril han hecho que el hielo se quiebre y sea peligroso pasar por él. Los osos polares a veces merodean por la zona.
En Nuuk y en otras ciudades de la costa oeste la gente vive en bloques de pisos, en los pueblos pequeños en cabañas de madera pintadas de colores, bastante confortables por dentro. En las zonas aisladas del norte y del este la geopolítica mundial parece más lejana.
Estos diferentes modos de vida dan lugar a diferencias de opiniones respecto a las decisiones políticas que se toman en Nuuk. El antropólogo especializado en los pueblos inuit, Francesc Bailón, reconoce que la costa este es deficitaria. “Hay pocas poblaciones de difícil acceso y resulta caro mantener los servicios, por lo que Nuuk apuesta por ir despoblando esas zonas paulatinamente”.
El explorador polar Ramón Larramendi, afincado en el noroeste de la isla, nos explica que Nuuk no sólo es un lugar lejano, sino también ajeno para los habitantes de esa zona. “Hay muchas personas que no han ido nunca a la capital, porque para ellas es como ir a Europa. Eso no quiere decir que no estén informados, pero lo que sucede en la capital realmente les afecta poco”.
““Hay muchas personas en Groenlandia que no han ido nunca a la capital, porque para ellas es como ir a Europa”“
Esta Groenlandia desconocida pero auténtica es quizá la que más está sufriendo los efectos del deshielo, porque cuando el hielo no es estable la población local no puede acceder a sus territorios de caza y pesca. Desde hace tiempo tienen asumido que su supervivencia dependerá de su capacidad de adaptación porque ‘la Naturaleza no se puede controlar’.
Uno de los retos del próximo gobierno groenlandés será no sólo definir su hoja de ruta tras un proceso de independencia, asegurar sus fuentes de financiación y su futura relación con Dinamarca, Estados Unidos y la Unión Europea, sino también definir la relación que mantendrá con las poblaciones menos europeizadas de la isla. Los gobernantes de una Groenlandia independiente deberán conciliar la forma de vida de esas dos Groenlandias si no quieren repetir los mismos errores de quienes fueron sus colonizadores: imponer a la población una forma de vida que no es la suya y que hasta ahora sólo ha dejado desarraigo y un aumento desorbitado del número de suicidios.