¿Por qué todos los exes se están enviando mensajes?
Por Max McDonough
Uno de mis exes quiere saber como esta mi nuevo perro. Otro pregunta si comerse tres hamburguesas con queso cuenta como ejercicio si lo hizo mientras descargaba la aplicacion de Nike Training Club. Un tercero encontro un antiguo manuscrito mio.
A Dylan, mi ex mas reciente, le preocupa sonar demasiado inmerso en el “espiritu de los tiempos” por contactarme por principio de cuentas, pero dados los tiempos —la pandemia, el hecho de que mi padre tiene asma y duerme con presion positiva continua en las vias aereas— tiene curiosidad de saber como me va.
Tambien he de confesarme culpable de querer interactuar, incluso si es solo con un nombre en la pantalla de alguien conocido.
Tiene que ver con una especie de cercania. Mi amiga Jacqueline dice que “es como un tablero de Bingo de la pandemia”. Pero cuando podemos revisar en las redes sociales que han estado haciendo los demas o simplemente confirmar que siguen vivos, ¿para que molestar? ¿Para que invocar el pasado?
Lo que realmente queria preguntarle a Dylan es que hizo con las rosas. En febrero pasado, cuando se nos habia hecho tarde para la reservacion de San Valentin, metimos las rosas en su refrigerador y salimos corriendo. A la mañana siguiente, habiamos terminado.
En sus palabras, su personalidad era de andar aprisa. Raudo. Vas a algun lado. ¿A donde? No te podia decir. Era listo, divertido y resuelto. Llevabamos juntos seis meses y lo iba a extrañar. Pero yo siempre habia pensado que, sin importar lo agradable que fuera volver a estar en contacto, es mas agradable no revivir viejos sentimientos de esperanza y desencanto. Asi que por lo general opto por dar vuelta a la pagina.
“Me gustas mucho, pero, por favor, no me escribas”, le habia dicho a Dylan esa ultima mañana en la cama, relegandolo al “cementerio de los amores dificiles” en mi cabeza, un lugar cercado. Esperaba que el hiciera lo mismo.
Ahora, estabamos refugiandonos en casa con nuestras familias en estados diferentes y el se habia salido del cementerio y de repente estaba de nuevo entre los vivos con un: “Oye, he estado pensando en ti”.
No quise responder.
En cierto sentido, era un retroceso. Dylan y yo acababamos de empezar a salir cuando, durante un medio dia entero, estuve muerto. Luego, volvi a la vida.
Sucedio a fines de agosto, la ciudad todavia se sentia pegajosa por el verano. Acababa de regresar de casa de un amigo en Nantucket, para darme un descanso de todo: los correos electronicos, los trenes, las palomas, las interminables llamadas automatizadas que ofrecian ofertas genuinas. El avion aterrizo y corri a casa a darme un baño antes de la cita para cenar que el habia planeado. Iba a pasar por mi. Me gusto eso.
Nos sentamos al lado de la calle en una mesa con el aire fresco de la noche. El asfalto estaba humedo; podiamos escuchar las llantas de los autos al pasar. Un taxi se detuvo y toco la bocina. Me encantaba estar ahi, inmerso en ese sentimiento. Me parecio que estaba atento a todo, excepto la extension de mis propios brazos. Con una exclamacion, tumbe mi copa de vino.
“Demonios”.
“¡Oye!”, dijo Dylan con una carcajada, tomando una servilleta.
Una cosa que cae y la noche que se derrama. Nuestro mesero nos dio una ronda gratis y nos hizo un guiño de lastima.
Para entonces, ya habia muerto. Habia caido de espaldas a cuatro pisos de altura hacia una calle de la ciudad no muy diferente a donde estabamos cenando. No obstante, la noticia de mi muerte no me llego sino hasta la mañana siguiente. Dylan, a quien se le hacia tarde para ir al trabajo, se apresuro a vestirse mientras que yo me quede en la cama y volvi a dormir.
Mi telefono comenzo a sonar.
“¿Max?”, dijo Jacqueline. “¿Eres tu?”.
“No”, respondi con un bostezo. “Es Barbara”.
“¿Que?”.
“Barbara Walters”, dije.
“Hablo en serio”, exclamo. “¿Estas bien? ¿Estas a salvo?”.
Me envio el articulo del New York Post. Abri el link. Con el altavoz activado en la llamada, ella comenzo a explicarme la situacion. Tenia razon: segun el articulo, otro Max McDonough, de la misma edad que yo, habia caido a su muerte desde la azotea de un edificio del Upper East Side mientras estaba en una fiesta la noche anterior.
“¿No es ahi donde vive el nuevo tipo con el que estas saliendo?”, dijo. “Estaba tan preocupada. Pense…”.
Estuvimos de acuerdo en lo extraña y terrible que era la conciencia. Hablamos un poco mas, nos pusimos al dia y nos despedimos.
Asi continuo mi dia, tome un cafe en el local de mi vecindario. Como era un dia soleado, camine hasta Central Park y de regreso. No quise contestar las llamadas entrantes de varios numeros desconocidos. Pense que eran llamadas automatizadas, que me ofrecian condonar mis prestamos estudiantiles (aja).
Mi compañero de apartamento estaba cocinando tocino cuando regrese a la casa. Dije: “Tienes que ver esto” y le mostre el articulo. Para entonces era tarde y ya se habia actualizado.
“¿Estas seguro de que no eres tu?”, dijo mientras el tocino chisporroteaba y explotaba.
Luego, le cambio el rostro. “No, creo que definitivamente eres tu. Estan diciendo que eres un ‘escritor borracho’ e incluyen un hipervinculo a tu sitio web”. Me devolvio el telefono.
Me senti un poco insultado, pense que estaba haciendose el tonto, pero era cierto. Desde la ultima vez que habia revisado la noticia, el New York Post habia actualizado el articulo para incluir mi informacion personal. Eso de “escritor borracho” eran las palabras que estaban escritas, no las de el.
Como por indicacion de alguien, mi telefono comenzo a sonar de nuevo. Otro numero desconocido.
“Tal vez deberias contestar”, me dijo mi compañero de apartamento.
Conteste. “¿Diga?”.
“¿Hablo con Max McDonough?”, dijo una voz de hombre.
“Si, soy Max McDonough”, dije. “¿Y usted es?”.
“Pero, ¿esta seguro de que es Max McDonough?”, recalco la voz.
Resulto ser el esposo abogado del cofundador de la empresa para la que yo trabajaba.
Cuando por fin lo convenci de que si estaba vivo, dijo: “Los informes de tu muerte son bastante exagerados”.
Luego, otra llamada, esta vez de mi jefa, llorando: “¿Que diablos? Un reportero llamo a Recursos Humanos. Estaba en el parque con mis hijos y a punto de llamar a tus padres. Estoy temblando de pies a cabeza”.
“Pero todo esta bien”. No supe que mas decir. “Aqui estoy, caminando de un lado a otro de mi apartamento. Pero gracias a Dios no llamaste a mis padres”.
Mas tarde, en persona, le contaria todo esto a Dylan. Pero al momento, solo le mande el articulo con el mensaje: “¿Estoy muerto?”. Era un buen reportaje, aunque sin final.
Claro, la contraparte de la historia era que el otro Max McDonough de 27 años, que en realidad habia caido. Tenia una familia que de verdad lamentaba su partida. Tal vez estaban tan lividos como mi propia familia por toda la confusion, la falta de integridad, la equivocacion.
No estaba seguro de como hablar de todo esto antes de la pandemia. Me parecia un espectaculo sin sentido, lo cual me hacia sentir vergüenza. Me senti culpable por los amigos que trataron de comunicarse conmigo, bromeando con que deberia alejarme de los balcones, los barandales y los techos. No habia hablado con algunos de ellos desde hace años. Me dijeron lo que yo significaba para ellos, les dio gusto que estuviera vivo. Mientras que, en otra parte, estaba otra persona que si habia muerto.
Lo inesperado fue que algunos de sus amigos tambien se comunicaron conmigo —me enviaron correos electronicos y mensajes directos— aterrados, pidiendo una aclaracion. Tal vez esperaban no recibir una respuesta mia, lo cual habria sido una buena noticia, ¿tal vez?
La vida sigue, el trabajo continua, el clima cambia. Me vi inmerso en el enamoramiento con Dylan. Durante meses, los dos caminamos a todas partes. Ya fuera que todo estuviera bien, o no, caminabamos. Hasta Washington Heights, de regreso al rio Harlem y luego hasta el Upper East Side hasta que nos dolian los pies.
En estas caminatas, en las que ibamos del brazo, no podia evitar preguntarme en que calle habia sucedido, de que edificio habia caido el otro Max. El Max que podria haber sido yo, pero que no era. Yo, en cambio, estaba aqui, con Dylan. Le sudaban las manos. Y, ¿a donde ibamos? A una pasteleria, a la estacion del tren, al rio, un beso, reservaciones para cenar, rosas en el refrigerador.
A esto me refiero con traer de vuelta el pasado. Es un circulo, del cual es dificil salir.
Meparece que, cuando anunciaron mi muerte, me di una pequeña idea de lo que la pandemia ha agudizado en todos: una dosis de incertidumbre, un recordatorio de nuestra mortalidad, una sintesis de lo que importa. Nos preocupa nuestra persona y nuestros seres queridos. Nos preguntamos de nuevas maneras: ¿que significa para nosotros estar vivos?
Tal vez es por eso que los exes se estan escribiendo. Todos tenemos esos momentos que reaparecen en nuestra mente de vez en cuando. Son especificos y fisiologicos y algunas veces, cuando tememos una perdida, estan por encima del ruido de la vida cotidiana.
No se cual seria el momento de Dylan. En mi caso, es la noche en que se publico el articulo que anunciaba mi muerte, despues del vino derramado, pero antes del taxi a casa, su risa en el aire humedo, la luz calida, el claxon perdido de un automovil y la sensacion de que algo estaba por pasar, algo importante, aunque no podia decir que.
Me tomo unas horas decidirme a romper el silencio, pero ya sabia que lo haria. “Tambien pienso en ti”, teclee.
c.2020 The New York Times Company