Black Lives Matter, But Not in Puerto Rico
A traves de la historia, existe una constante que persigue al ser humano en cada contorno y en cada instante de su existencia. La misma esta tan arraigada en nuestro ser que ni siquiera estamos conscientes de su existencia. Se trata de un temor disfrazado de orgullo a lo propio, falsa superioridad y menosprecio o incluso, odio, frente a aquellos cuyos rasgos, costumbres y comportamientos se distancien o reten los nuestros. Ese sentimiento que nos acompaña y asecha es la intolerancia y el racismo.
En lo que al racismo se refiere, las y los puertorriqueños hemos negado nuestra realidad para construir una falsa representacion que pregonamos cual infame impostor. Cuando los Estados Unidos y el mundo reaccionaron con indignacion ante el asesinato de George Floyd, Puerto Rico se hizo eco aparente del reclamo de erradicar el racismo en todas sus modalidades. Con prontitud, se escenificaron las manifestaciones de quienes hacen resistencia consuetudinaria y, con brio pintamos en amarillo entusiasta y en pleno Condado, la consigna: “Black lives matter”
Pero la solidaridad fue corta en duracion y expresion. Cuando menos se espera y en las circunstancias menos pensadas, se nos escapa el verdadero sentir que llevamos escondido y quedamos descubiertos en nuestra impostura.
En dias recientes se hizo notable para gran parte de la “sensible” sociedad puertorriqueña una tendencia turistica en desarrollo creciente. Nos referimos a la presencia de grupos de ciudadanos afroamericanos que visitan la isla con el proposito”‘imperdonable” de divertirse. Estos “sujetos”, de manera “ostentosa” y con vestimenta de “mal gusto”, caminan libremente por calles y centros comerciales. En la placita de Santurce, alguno de ellos o de ellas “osan” bailar, cantar y beber, orgullosos de su sensualidad y sin avergonzarse de su obesidad.
Semejante proceder resulto demasiado ofensivo para una enardecida multitud de puertorriqueños “puros”, que con apasionada indignacion, procedio a activar las redes sociales del odio a fin de poner coto a la conducta de tan “impresentable invasor”. No hubo epiteto que quedara fuera de alcance de los y las puertorriqueños para mofarnos y denigrar a tan “osados irruptores”.
Resulta tragico que los puertorriqueños, un pueblo discriminado, como los es el afroamericano, de caracter similar en lo alegre y expresivo, con alta incidencia de obesidad y a quien tambien se le acusa de “vulgar”, en vez de manifestar entendimiento, liberalidad y receptividad hacia estos hermanos en el sufrimiento y en la marginacion, nos develaramos tal cual somos, en nuestra mendacidad e insensibilidad.
Pero, como aceptar nuestro prejuicio no seria admisible ni politicamente correcto, lo disimulamos bajo un clamor de detente, no a los afroamericanos, sino al turista y portador inclemente del virus del mal. Como habria de esperarse, una vez mas, la resistencia consuetudinaria se hizo presente y en reclamo patriotico profilactico exigio, como no, el cierre de nuestra frontera aeroportuaria.
¿Cuan hipocritas podemos ser y cuan bajo podemos caer? Si bien entre este grupo de visitantes puede haber personas que exhiban comportamientos no aceptables, que inciden sobre los derechos e incluso, la seguridad de otras personas, el hecho cierto es que, en terminos generales, su conducta es perfectamente legal y no es distinta de la que tambien exhiben muchos puertorriqueños en los Estados Unidos, por la cual tambien se nos critica y estigmatiza. Tampoco es distinta a la que los propios puertorriqueños exhibimos en nuestra propia isla y por la cual se ha llevado a proscribir el chinchorreo y hasta el compartir en barras y playas.
Al fin y al cabo, se trata de visitantes legales, que como cualquier otro ser humano, intentan pasarla bien y disfrutar de un momento de esparcimiento, dejando a un lado – por un instante – las dificultades agobiantes de la vida diaria. Si en algun momento, algunos pocos se exceden y alteran la paz o desde la perspectiva sanitaria, incurren en conducta que incrementa los riesgos de contagio de la pandemia, el remedio no consiste en cerrarles el aeropuerto y proscribir su entrada y mucho menos denigrarles. Lo correcto es proceder como tambien se debe proceder cuando son los propios puertorriqueños los que incurren en la misma conducta. Esto es, hacer valer el ordenamiento, de manera que se respete la ley y se proteja al resto de la poblacion. Pero esto tiene que hacerse reconociendo que los afroamericanos y demas personas que nos visitan son seres humanos, con dignidad propia y con derecho a compartir un mismo mundo, en el que hay que aprender a respetarnos, a tolerarnos y a saber apreciar las particularidades de cada quien, sin absurdas pretensiones xenofobicas o de superioridad.