La vida a cuadros
Antes de argumentar, valga una salvedad. Tenemos suerte. Mucha. Todos los que estamos leyendo este texto, lo hacemos porque probablemente tenemos acceso al internet y a pesar del distanciamiento social que es necesario ante la pandemia, hemos podido conectarnos de esta manera con alguna persona. Hemos participado de videoconferencias, de reuniones, de cumpleaños, de ratos de copas con colegas o amistades, hemos visto conciertos y piezas teatrales, quizas, incluso hasta operas y ballets. Hemos ido al medico y a terapia a traves de la computadora. Tambien hay quienes acuden a sus cultos religiosos de manera virtual, hay quienes se han casado y hasta divorciado a traves de encuentros virtuales. Hemos tomado o impartido cursos, hemos comprado alimentos y otras necesidades. Quizas, incluso, nos hemos dado el infinito lujo en estos tiempos de comprar algo innecesario. Tanta es nuestra ventaja con relacion a tanta gente —la mayoria aqui y en cualquier parte, aunque nos neguemos a verlo—, que, por cuidarnos, nos cuidamos hasta de imaginarnos lo que seria esta pandemia sin el internet.
Ya hemos aceptado que lo mas probable es que el año acabe y sigamos en esta existencia virtual. Viviremos la vida a cuadros. Mirandonos a traves de pantallas, sintiendonos invasores del espacio intimo del otro y demasiado expuestos cuando quienes nos observan, al otro lado de la pantalla, preguntan quien anda caminando a nuestras espaldas, o que es ese objeto curioso que se asoma como fondo. Nos vemos pequeñitos en esos cuadritos de los encuentros por Zoom. Nuestra existencia reducida a unas cuantas pulgadas. Nuestra existencia entorpecida por los desfases en las conexiones de cada cual. Labios que se mueven sin sonido, voces entrecortando ideas, imagenes que se diluyen en pixeles como si en cada conexion fallida nos desaparecieramos.
Cuesta mucho mas relacionarse asi. Despues de un dia de reuniones, de entrevistas y trabajo virtual queda uno mas cansado, mas exhausto. Hay que esforzarse mas por concentrarse, hay que apagar el mundo material que nos rodea, esa domesticidad forzada que a veces es deleitosa y otras tantas aborrecible. Mirarnos en pequeño nos empequeñece la mirada. Compadezco a los niños y las niñas. Ha de ser durisimo crecer asi, expandir el cuerpo mientras nos achicamos en esos cuadritos.
Tenemos suerte, ya lo se. Y deberiamos ser optimistas y dar gracias porque en medio de la enajenacion, tenemos la oportunidad de vernos las caras asi sea a traves de esos cuadritos. Pero sucede que la vida a cuadros —aunque parezca una oficina llena de cubiculos en miniatura— es tan distinta del mundo real, tan ajena al lugar donde estabamos todos antes de la peste. No se parece en nada a esa existencia en la que reinaban los sentidos, ese lugar en el que oliamos cosas y las saboreabamos, en el que sentiamos el calenton en el cuerpo de alguna vergüenza compartida con un amigo, en el que nos mirabamos a los ojos y nos dabamos cuenta con rubor de a quien no somos capaces de sostenerle la mirada. En ese lugar la risa es contagiosa y llega a tiempo, no se retrasa a traves de alguna onda invisible en el espacio. En ese lugar tenemos cuerpo y se mueve y suda y hablan nuestros codos y nuestras piernas… tenemos eso, ¿como es que se llamaba? Ah, si, lenguaje corporal. Extraño hablar con el cuello, con la clavicula, con la espalda, con el pelo. Ahora solo hay espacio para hablar desde una caja y se siente tan insuficiente, la verdad.
En la calle vivimos ahora en esta sociedad sin bocas, no hay labios para leer, no hay comisuras de labio que insinuen una sonrisa timida. Hay ojos saltones que se achican un poco, como queriendo sonreir con la mirada, pero estamos tan temerosos del contagio que preferimos bajar los ojos y no conectar. Porque sucede que si salimos a la calle, nos vamos dentro de ese cuadro que la vida virtual nos ha construido. Estamos en una caja, encajonados, cuadriculas de vidas inconexas pretendiendo que esa vida virtual es la que es y no un facsimil razonable que hacemos funcionar a toda costa. Seria mejor rendirse y aceptar que esta vida es otra cosa y ya esta.
No quiero deprimir a nadie. Hay que recordarlo una vez mas. Tenemos suerte. Pero valdria la pena advertirnos e insistir en que esto que estamos viviendo no es la vida, es un parentesis necesario, un espacio nuevo y seguro que habitar. No podemos claudicar. Hay que seguir acumulando abrazos de brazos fuertes que, cuando llegue el dia, rompan todas las cuadriculas que nos han cambiado la vida. Hay que vivir a cuadros, sabiendo que llegara el dia en que ya no seran necesarias las cajas para contenernos. Hay que soñar con cuadros rotos.