Aspirina o la reescritura de un descubrimiento
A continuacion, una bonita historia que alguno de ustedes quiza conozca.
Érase una vez un quimico llamado Felix Hoffmann que cada dia presenciaba como su pobre padre artritico padecia del estomago a causa de la medicacion que le habian prescrito para paliar su enfermedad, el acido salicilico. Como trabajaba en la farmaceutica Bayer, decidio aprovechar su condicion de empleado del sector para tratar de poner fin a tan penosa situacion familiar.
Guiado por tal proposito, habria empezado a sintetizar derivados de la molecula en cuestion. Su esperanza: dar con uno que mantuviera sus propiedades calmantes del dolor y la inflamacion, pero que atenuase la acidez responsable de sus molestos efectos secundarios. Al fin, tras mucho porfiar, lo habria encontrado, mediante una reaccion de acetilacion que le habria conducido al acido acetilsalicilico. Y, con ello, no solo habria aliviado el sufrimiento de su progenitor. Habria logrado, ademas, el descubrimiento de un farmaco que alcanzaria la celebridad, comercializado desde 1899 bajo el nombre de marca Aspirina.
Una anecdota bonita, pero falsa
No se que opinan los lectores pero a mi, particularmente, siempre me ha gustado esta fabula. El amor filial, el cientifico anonimo devenido en benefactor de la humanidad, la merecida recompensa tras un trabajo realizado con rigor y cariño. ¿Que mas le puede pedir un profesor de quimica a una anecdota con la que motivar a sus alumnos? En verdad, solo una cosa: que sea cierta.
Y aqui llegan los problemas. Porque a pesar de figurar en numerosos libros y articulos –por lo que yo me la crei a pie juntillas hasta hace poco– esta historia nunca se produjo. No al menos del modo en que la he contado. Como ocurre con otras historias demasiado redondas, mezcla elementos veridicos con otros inventados, en un intento de ocultar una realidad poco complaciente con el ideario del narrador original.
Vayamos con ella. Quizas nos resulte aun mas interesante.
Heroina y aspirina
Comencemos por un evento comprobable. En octubre de 1897, Hoffmann preparo acido acetilsalicilico en las instalaciones de la Bayer. De eso no cabe duda, pues se conservan los cuadernos de laboratorio. Pero parece que no lo hizo siguiendo un impulso personal, sino bajo la direccion de Arthur Eichengrün, su inmediato superior en la compañia. Este habia diseñado un proyecto de gran calado consistente en insertar grupos acetilo en distintos farmacos con efectos secundarios importantes.
Como prueba de esta circunstancia, podemos mencionar que Hoffmann, durante ese mismo mes, tambien llevo a cabo la misma reaccion sobre el principal producto natural del opio, la morfina, con el objetivo de reducir la enorme dependencia que genera.
Poco despues, ambos derivados pasarian al departamento de farmacologia de la empresa, donde su actividad fue evaluada con suerte dispar. Mientras el segundo, la morfina con acetilo, demostro tener una alta capacidad antitusiva, y pronto llegaria al mercado bajo la denominacion heroina, el primero no convencio al responsable del area, que erroneamente lo creyo cardiotoxico.
Y aqui, justo en este momento, acontecio el suceso que evidencia al autentico descubridor de la aspirina. Eichengrün, nada satisfecho con el veredicto, se utilizo a si mismo como conejillo de indias, medicandose con acido acetilsalicilico para demostrar su inocuidad, en una audaz accion que devolvio el farmaco a la posicion de salida.
¿Como casa todo esto con la anecdota del padre de Hoffmann? De ninguna forma, que se sepa. No hay referencias a ella hasta 1934, cuando la encontramos en una historia sobre la ingenieria quimica escrita por un antiguo trabajador de la IG Farben, el gran conglomerado de la industria quimica germana donde se habia integrado Bayer la decada anterior.
Como los nazis tergiversaron la historia
Para entonces, el partido nazi habia subido al poder en Alemania, en un detalle para nada baladi. Eichengrün era judio, y su sustraccion de la cronica oficial del medicamento parece totalmente intencionada. De hecho, sus siguientes años resultaron dramaticos. Como el resto de sus compatriotas de origen hebreo, tuvo que soportar un continuo deterioro en sus derechos civiles, hasta acabar preso en un campo de concentracion. Él, al menos, sobrevivio para contarlo. Murio en el 1949 a la edad de ochenta y dos.
Es bien conocida la sentencia que remata la esplendida pelicula El hombre que mato a Liberty Valance:
«En el oeste, cuando la leyenda se hace realidad, hay que imprimir la leyenda».
Sin animo de contradecir al maestro John Ford, convengamos que fuera del celuloide mas vale intentar lo contrario. Aunque a la mayoria nos atraigan los cuentos morales de final feliz, la busqueda de veracidad nos puede conducir a relatos ricos en matices y enseñanzas, con protagonistas autenticos debidamente recordados.
Este articulo ha sido publicado en The Conversation